4º Domingo de Cuaresma (B) (11 marzo 2018)
Jn 3: 14-21
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras”.
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” Jesús establece un paralelismo entre el episodio de las mordeduras de serpientes que cuenta en Antiguo Testamento (Num 21: 8ss) y “la curación” que nos traerá Jesucristo cuando sea levantado como un estandarte.
“…para que todo el que crea tenga por él vida eterna”. Eso será lo que nos curará: nuestra fe. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.¡Cuánto nos amará Dios que nos entregó a su propio Hijo como regalo que se así pudiéramos salvarnos!
La razón principal por la que Dios mandó a su Hijo a mundo no fue para juzgarlo, sino para salvarlo: “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Pero, misteriosamente, la reacción del hombre no será de aceptación de Cristo, sino de rechazo: “…y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Ese rechazo a Cristo, será la causa de su juicio y de su condenación. Es el mismo hombre quien se salva o se condena. Se salva si cree en Cristo y hace buenas obras. Se condena si rechaza a Cristo, prefiere las tinieblas y las malas obras.
El amor que Dios nos ofrece a través de su Hijo puede ser aceptado o rechazado. El hombre voluntariamente ha de adoptar una actitud ante Cristo, de aceptación y fe, o de rechazo y pecado. Cristo trae la salvación para todos, pero no todos quieren ser salvados por Cristo, pues sus obras malas les delatan. Y frente a Cristo no hay actitud intermedia, o con Él o contra Él (Lc 9:57)
San Ignacio de Loyola nos propone una meditación en sus Ejercicios Espirituales que tiene hoy una aplicación muy grande. El Santo le da el título de Las dos Banderas, porque, inspirado en oficio militar, mira al cristiano tomando partido: ¿Con Cristo o contra Cristo? ¿Bajo qué bandera quieres militar, bajo la de Cristo o la del enemigo?
Es éste un planteamiento de la vida cristiana tan antiguo como el Evangelio, pues fue Jesús quien nos dijo: Quien no está conmigo está contra mí (Lucas 9,57) Lo interesante es que Jesucristo no admite neutrales. No quiere los votos de los indecisos.
No decidirse por Jesucristo es confesar que Jesucristo no vale la pena, que se puede pasar sin Él, que su causa no interesa, que su programa electoral es una mentira y no hay que hacer caso a un candidato semejante...
Ante Jesucristo, por lo tanto, nosotros nos decidimos con resolución, y le decimos como aquel del Evangelio: Te seguiré adondequiera que vayas, porque Tú, sí, Tú, Jesús, vales la pena. Por ti se puede uno jugar la vida (Mateo 12:30) Y esto se lo decimos a Jesucristo porque nos convence, porque sabemos que no nos engaña, sino que tiene palabras de vida eterna.
Nuestra decisión de seguir a Jesucristo tiene hoy mucho valor —quizá mucho más que en otros tiempos—, porque vemos a nuestro alrededor cómo se le deja solo a Jesucristo al ser aceptadas por la sociedad tantas doctrinas y tantas prácticas contrarias del todo a lo que Jesucristo nos propone.
Ir contra esa corriente social es toda una aventura y es propia sólo de valientes, y los valientes no abundan desgraciadamente demasiado.
Hay mucha diferencia entre los criterios de nuestra sociedad paganizada y las proclamas que nos lanza Jesucristo. Son banderas de partidos muy antagónicos. Son slogans de candidatos eternamente rivales. Y nosotros optamos sin discusión por Jesucristo. No nos equivocamos, desde luego. Y nuestro sueño cristiano es que el dueño del mundo sea Jesucristo, porque su rival ya fue juzgado y debe ser echado fuera definitivamente...