Domingo XI del T.O. (B) (17 junio 2018)

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“El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Porque la tierra produce fruto ella sola: primero hierba, después espiga y por fin trigo maduro en la espiga. Y en cuanto está a punto el fruto, enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega. Y decía: -¿A qué se parecerá el Reino de Dios?, o ¿con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero, una vez sembrado, crece y llega a hacerse mayor que todas las hortalizas, y echa ramas grandes, hasta el punto de que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra. Y con muchas parábolas semejantes les anunciaba la palabra, conforme a lo que podían entender; y no les solía hablar nada sin parábolas. Pero a solas, les explicaba todo a sus discípulos”.

Jesús hace una comparación del Reino de Dios con un hombre que echa una semilla en su campo. Si la semilla y la tierra son buenas Dios hará crecer la semilla, y ésta dará fruto a su debido tiempo, aunque el hombre no sepa cómo.

Dios nos da la gracia y Él mismo la hace crecer. Nuestra función es no poner obstáculo a su crecimiento. Nuestros pecados y nuestra mediocridad actúan como cizaña que no deja crecer el trigo, o si crece no lo hace como Dios esperaba. En cambio, si no ponemos obstáculos, esa semilla crecerá mucho, cual grano de mostaza, y se transformará en un gran árbol.

El Señor también dice que nuestra fe ha de ser como un grano de mostaza. La semilla de la mostaza es una de las más pequeñas, pero cuando crece se transforma en un árbol gigante.

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