Domingo XII del T.O. (B) (24 junio 2018)

tempestad

(Mc 4: 35-41)

“Aquel día, llegada la tarde, les dice: -Crucemos a la otra orilla. Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen: -Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y, puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar: -¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: -¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe? Y se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: -¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”

“Aquel día, llegada la tarde, les dice: -Crucemos a la otra orilla. Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba.

  • Después de un día de trabajo duro, Jesús necesita descansar y que sus discípulos también lo hagan.
  • Es bueno, cuando planifiquemos nuestro descanso, que Jesús también esté con nosotros. Especialmente ahora, que se acercan las vacaciones. ¡En cuántas ocasiones cuando hacemos nuestros planes de descanso no contamos con Jesús, con la Misa del domingo…! Da la impresión como que también hacemos “vacaciones de nuestra fe”. Y a veces no es sólo impresión, sino que realmente pasamos unas vacaciones totalmente paganas: playa, fiesta, siesta, buena comida… pero no hay tiempo alguno para Dios.
  • Hace años me encontré a un sacerdote que estaba en una parroquia vecina a una de las mías y que venía de vacaciones. Le pregunté cómo le había ido y me dijo que “de maravilla”. Al preguntarle dónde había celebrado la Santa Misa me respondió: “¡Hombre, si estaba de vacaciones!”

Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal.

  • ¡Cómo estaría Jesús de cansado que ni se dio cuenta del vendaval, ni de las olas, ni del peligro que corrían todos!

Entonces le despiertan, y le dicen: -Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

  • Los discípulos, algunos de ellos, pescadores acostumbrados a la mar embravecida, se asustaron y acudieron a pedir ayuda a Jesús.
  • Si Jesús está a nuestro lado no hay motivo para perder la esperanza. Es por ello bueno que cuando “la mar esté embravecida”, acudamos al Señor a pedirle ayuda.
  • Si le hemos entregado nuestra vida a Jesús, por supuesto le importa lo que nos pase. El “no te importa que perezcamos” era una falta de confianza y casi parecía un insulto.

Y, puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar: -¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento y sobrevino una gran calma.

  • Aquí vemos el poder divino de Cristo, pues hasta la naturaleza le obedece. En muchas otras ocasiones vemos cómo Jesús resucita a muertos, cura a enfermos y endemoniados… Es decir, es realmente Dios (al mismo tiempo que hombre).

Entonces les dijo: -¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe? Y se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: -¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?

  • Cuando vieron el poder de Cristo los apóstoles se asustaron. Esta actitud de los apóstoles causa la extrañeza en Jesús: “¿Todavía no tenéis fe?”.
  • En cuántas ocasiones nos pasa a nosotros lo mismo. A pesar de las pruebas continuas que el Señor nos da, con qué frecuencia, llegados los momentos difíciles en la vida, dejamos de confiar en Él.

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