“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Los judíos se pusieron a discutir entre ellos: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: -En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente”.
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente”
Cristo asocia disfrutar del cielo al hecho de recibirle sacramentalmente en la Comunión. Sólo Dios puede hacer una promesa así. ¡Cuántas personas pagarían por vivir un día más aquí en la tierra! En cambio ¡qué pocas personas se dan cuenta de este inmenso regalo que Dios nos da todos los días!
“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”
Jesús nos habla de una nueva vida, la de la gracia. Esta nueva vida se recibe al “comer su carne y beber su sangre”. Del mismo modo que el alimento nutre nuestro cuerpo, “el pan del cielo” da fuerzas y revivifica nuestra alma.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”
“Los judíos, entonces, comenzaron a murmurar de él por haber dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: -¿No es éste Jesús, el hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que ahora dice: «He bajado del cielo»? Respondió Jesús y les dijo: -No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si no le atrae el Padre que me ha enviado, y yo le resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: "Y serán todos enseñados por Dios". Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino que aquel que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna. »Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que si alguien lo come no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
El evangelio de hoy es un fragmento del famoso discurso eucarístico. Discurso que escandalizó a los judíos y ahuyentó a algunos de los que le seguían; pues en él, Cristo se proclama que es Hijo de Dios y “pan de vida” necesario para alcanzar la vida eterna.
Los judíos, entonces, comenzaron a murmurar de él por haber dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo».
Con mucha frecuencia limitamos nuestra fe a las cosas que entendemos, y en cambio rechazamos aquellas cosas que nos parecen humanamente imposibles o exageradas. La auténtica fe no se fundamenta en el hombre sino en Dios, el cual al ser bueno y omnisciente no puede engañarse ni engañarnos. (Vaticano I)
“Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle en la otra orilla del mar, le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo has llegado aquí? Jesús les respondió: -En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello. Ellos le preguntaron: -¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: -Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien Él ha enviado. Le dijeron: -¿Y qué signo haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo". Les respondió Jesús: -En verdad, en verdad os digo que Moisés no os dio el pan del cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo. -Señor, danos siempre de este pan -le dijeron ellos. Jesús les respondió: -Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed”.
“Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús”
Las multitudes buscaban a Jesús; pero parece ser que las razones por las cuales le buscaban no eran espirituales sino puramente humanas y materiales. ¡Cuánto se parece esa actitud a la nuestra! ¡En cuántas ocasiones hemos buscado a Jesús más para que nos dé el pan de cada día que para encontrar consuelo para nuestras almas!
“Después de esto partió Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. Le seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a Felipe: -¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? -lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: -Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: -Mandad a la gente que se siente -había en aquel lugar hierba abundante. Y se sentaron un total de unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes y, después de dar gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio cuantos peces quisieron. Cuando quedaron saciados, les dijo a sus discípulos: -Recoged los trozos que han sobrado para que no se pierda nada. Y los recogieron, y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres, viendo el signo que Jesús había hecho, decían: -Éste es verdaderamente el Profeta que viene al mundo. Jesús, conociendo que estaban dispuestos a llevárselo para hacerle rey, se retiró otra vez al monte él solo”.
“Le seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos”.
Cuando la gente sabía dónde estaba Jesús, acudían desde los alrededores por cientos e incluso miles. El mismo evangelio nos da la razón: “porque veían los milagros que hacía con los enfermos”. El corazón de Jesús no era indiferente al sufrimiento que le rodeaba, por lo que intentaba ayudarles y al mismo tiempo aprovechaba para predicar la Buena Nueva del Reino de Dios. Esta misma preocupación la vemos en este otro detalle que el evangelio nos trae: ¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos?
“Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice: -Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Y se marcharon en la barca a un lugar apartado ellos solos. Pero los vieron marchar, y muchos los reconocieron. Y desde todas las ciudades, salieron deprisa hacia allí por tierra y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban "como ovejas que no tienen pastor", y se puso a enseñarles muchas cosas”.
“Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado”: Una vez que los apóstoles hubieron concluido la misión a la cual el Señor les había mandado volvieron a Él a contarle.
Es Jesús quien manda a los apóstoles a cumplir una misión: enseñar, convertir, bautizar… El sacerdote nunca actúa en nombre propio, sino en nombre de Jesús. Es el Señor quien les da el poder, la misión… Los apóstoles lo único que han de intentar es ser fieles para que Jesucristo crezca y sea conocido por los hombres: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3:30).